Desde el comienzo de la historia, Dios ha establecido un plan para llevar a cabo su propósito de redención. En este plan, Dios ha utilizado a su pueblo para proclamar el Evangelio, que es el buen nuevo de la salvación. Aunque el pueblo de Dios ha sido fiel en el pasado, actualmente hay una gran cantidad de cristianos que no están predicando el Evangelio. Esto es un gran problema, ya que el Evangelio es el poder de Dios para la salvación (Romanos 1:16). Si el Evangelio no se predica, las personas no pueden escuchar y responder a la invitación de Dios para la salvación. Esto es muy triste, ya que la Biblia dice que «ay de mi sino predico el Evangelio» (1 Corintios 9:16).
Donde dice en la Biblia Ay de mí sino predicó el evangelio
Ay de mí, si Predicare el Evangelio; Si no lo hiciere, mí pecado estará siempre en mí. (1 Corintios 9:16)
El versículo anterior se refiere a una preocupación que Pablo tenía, y es que él quería estar asegurado de que predicaba el Evangelio. No le importaba si la gente le escuchaba o no, o si le aceptaban o no, pero quería asegurarse de que predicaba el Evangelio.
Pablo sabía que el Evangelio es la buena nueva de que Cristo murió para nuestros pecados, fue sepultado y resucitó de entre los muertos al tercer día, según las Escrituras. Él sabía que si no predicaba el Evangelio, su pecado estaría siempre en él.
Pablo también sabía que el Evangelio es el poder de Dios para salvación para todo aquel que cree; para los judíos primeramente, y también para los griegos. (Romanos 1:16)
Así que, si usted se pregunta dónde dice en la Biblia «Ay de mí, si no predicare el Evangelio», la respuesta es 1 Corintios 9:16. Esperamos que esto haya sido de ayuda.
Qué es predicando el evangelio
¿Qué es predicando el evangelio?
El evangelio es el buenas nuevas de que Jesucristo murió para perdonar nuestros pecados. Los seguidores de Jesús predicamos este evangelio a todo el mundo, para que todos puedan tener la oportunidad de recibir este perdón.
Predicar el evangelio es anunciar este mensaje a todas las personas, para que ellas también puedan recibir la salvación que ofrece Jesucristo. Es importante predicar el evangelio de manera clara y sencilla, para que todos puedan entender y aceptar este mensaje de salvación.
Jesús mismo predicó el evangelio durante su ministerio terrenal, y luego mandó a sus seguidores a hacer lo mismo. (Mateo 28:19-20). Por esta razón, es muy importante que los seguidores de Jesús también prediquen el evangelio.
La predicación del evangelio es una de las maneras en que podemos obedecer al mandato de Jesús de anunciar el evangelio a todas las naciones. (Marcos 16:15). Al predicar el evangelio, estamos haciendo posible que más personas conozcan a Jesús y puedan recibir su perdón.
Al predicar el evangelio, también estamos ayudando a las personas a entender el significado de la vida y el propósito de Dios para ellas. (Juan 3:16). Al conocer a Jesús, las personas pueden cambiar su manera de vivir y seguir a Jesús de todo corazón.
predicar el evangelio es una gran responsabilidad, y también es una gran alegría. Es una alegría poder anunciar el buenas nuevas de que Jesucristo está vivo y que quiere estar en relación con nosotros. También es una alegría saber que, al predicar el evangelio, estamos ayudando a las personas a encontrar la verdadera vida y el verdadero propósito en Jesucristo.
Quién predico por primera vez el evangelio
Según el Evangelio de Mateo, Jesús mismo fue el que predicó por primera vez el Evangelio, al comienzo de su ministerio: «Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Arrepiéntete, porque el reino de los cielos está cerca»» (Mateo 4:17). Jesús también predicó el Evangelio en otras ocasiones, como en Mateo 11:5, donde dijo: «Las ciudades de Sodoma y Gomorra se levantarán en el juicio contra ustedes, y les harán el mismo castigo que a ellas si no se arrepienten y cambian su forma de vivir».
El Evangelio fue predicado por primera vez fuera de Israel por el apóstol Pedro, en la ciudad de Jerusalén. Pedro predicó el Evangelio en el día de Pentecostés, y muchas personas fueron convertidas (Hechos 2:14-41). A partir de entonces, el Evangelio fue predicado por muchos otros, tanto dentro como fuera de Israel. En Hechos 8:4 leemos que «los creyentes que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo después de la muerte de Esteban, iban por todas partes anunciando el evangelio».
El Evangelio ha sido predicado por muchos hombres y mujeres a lo largo de los siglos, y sigue siendo predicado hoy en día. Es un mensaje de esperanza para todos los que lo escuchan, y un recordatorio de que Dios nos ama y nos ha dado una nueva vida en Jesucristo.
¿Cómo van a predicar si no son enviados?
La predicación es una orden de Dios y un privilegio que nos ha sido dado. No es algo que podamos hacer a nuestro antojo o simplemente porque queramos. Debemos ser enviados por Dios para predicar su Palabra. Pero, ¿cómo sabemos si Dios nos ha enviado para hacer esto?
Primero, debemos ser llamados por Dios. No todos son llamados a predicar, pero todos somos llamados a servirle a él de alguna manera. Los que son llamados a predicar deben ser seguros de que es el llamado de Dios, y no el de ellos. Debemos orar y buscar su guía para asegurarnos de que estamos haciendo su voluntad, y no la nuestra.
Una vez que estemos seguros de que Dios nos ha llamado a predicar, debemos prepararnos. Debemos estudiar su Palabra y aprender todo lo que podamos sobre ella. Debemos orar para que Dios nos dé sabiduría y entendimiento. Debemos buscar consejo de otros que hayan sido enviados antes que nosotros. Y debemos estar dispuestos a ser enviados a cualquier lugar que Dios nos llame a ir.
Mientras predicamos, debemos hacerlo con el poder del Espíritu Santo. Debemos orar para que él nos guíe y nos dé las palabras que necesitamos decir. Debemos predicar con amor, sabiduría y respeto. Y debemos dejar que Dios sea quien se encargue de los resultados. Debemos confiar en que él hará su obra a través de nosotros, si le dejamos.
Pablo dice en 1 Cor 9:16 «Porque si anuncio el evangelio, no tengo de qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; pues ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!» Pablo se consideraba obligado a predicar el Evangelio, y decía «¡ay de mí si no lo hago!» Así que, si Pablo estaba obligado a predicar el Evangelio, ¡cuánto más nosotros! Debemos estar dispuestos a predicar el Evangelio a toda criatura.